jueves, 11 de febrero de 2016

EL SUEÑO DE SULTANA (RELATO PARA LEER)

Hola de nuevo, bienvenidos a una nueva entrada completamente diferente en este blog, tal vez resulte demasiado larga, pero quiero compartir con ustedes el siguiente relato de Ciencia Ficción de la sección-Fuera de este Mundo de la autora hindú Rokheya Shekhawat Hossein. (1905)

Sin fines de lucro, esto es para todo aquel que desee leer este poderoso relato del pasado con un futuro tan visionario, para mí, claramente feminista. Me alegro por ello, al ser la India un país en donde reprimen al sexo femenino. 

Comenzaré.


EL SUEÑO DE SULTANA

La zenana era un conjunto de habitaciones aisladas en las casas de la India, en donde vivían las mujeres de la familia, lejos de las miradas de los hombres. A las mujeres que se ocultaban de los hombres en la zenana se les describía como "en purdah". Estas mujeres debían usar un velo si querían salir y solo otras mujeres y sus parientes hombres, muy cercanos, podían ver sus rostros.

Una noche, estaba descansando en un sillón de mi habitación y pensando perezosamente en la condición de las mujeres en la India. No estoy segura de si me quedé dormida o no, pero hasta donde recuerdo, estaba bien despierta. Vi el cielo iluminado por la Luna resplandecer con miles de estrellas que brillaban como diamantes, con gran claridad. De pronto, había una dama parada frente a mí; cómo entró, no lo sé. Pensé que se trataba de mi amiga, la Hermana Sara.
-Buenos días- dijo la Hermana Sara. Sonreí para mis adentros, porque sabía que no era de mañana, sino de noche, con todo y estrellas. Sin embargo, le respondí diciendo:
       -¿Cómo estás?
       -Muy bien, gracias. ¿Puedes salir, por favor, a ver nuestro jardín?
Volví a mirar la Luna por la ventana abierta, y pensé que no habría problema en salir a esa hora. Los sirvientes hombres ya estarían bien dormidos para entonces, y yo podría dar un agradable paseo con la Hermana Sara. Pero al salir encontré, para mí sorpresa, que era una hermosa mañana. El pueblo estaba despierto y las calles llenas de actividad. Me sentía muy tímida, pensando que iba caminando por la calle a plena luz del día, pero no había un sólo hombre a la vista. 
Algunas de las mujeres que pasaban se reían de mí. Aunque no podía entender su idioma, estaba segura de que estaban bromeando a mis expensas. 
        -¿Qué es lo que dices?- le pregunté a mi amiga.
        -Las mujeres dicen que te ves muy masculina.
        -¿Masculina?-repetí yo - ¿A qué se refieren?
        -Lo dicen porque eres tímida y callada, como los hombres.
        -¿Tímida y callada como los hombres?
Realmente era una broma. Me puse muy nerviosa cuando descubrí que mi acompañante no era la Hermana Sara, sino una desconocida. ¡Oh, qué tonta había sido al confundir a aquella dama con mi querida y vieja amiga, la Hermana Sara!
   Sentí que mis dedos temblaban mientras caminábamos, tomadas de la mano. 
         -¿Qué te pasa, querida?- dijo ella con afecto.
         -Me siento un poco rara- le dije en cierto tono de disculpa-, como soy una mujer en purdah, no estoy acostumbrada a andar por ahí sin llevar un velo.
         -Aquí no tienes por qué temer encontrarte con un hombre. Esta es la Tierra de las mujeres, libre de pecado y de peligros. Aquí reina la virtud misma.
         Al poco rato estaba disfrutando el paisaje. Realmente era grandioso. Confundí un área de verde pasto con un cojín de terciopelo. 
         Sintiendo como si caminara por una suave alfombra, bajé la mirada y encontré que el camino estaba cubierto con musgo y flores.
         -Qué bonito-dije.
         -¿Te gusta? - preguntó la Hermana Sara (yo seguía llamándola "Hermana Sara" y ella me seguía llamando por mi nombre).
         -Sí, mucho, pero no me agrada pisar las tierras y dulces flores.
         -No importa, querida Sultana; tus pies no les harán daño. Son flores de la calle.
         -Todo el lugar parece un jardín -dije con admiración-. Han dispuesto cada planta con gran habilidad. -Tu Calcuta podría convertirse en un jardín aún más hermoso que este si tan solo tus compatriotas lo desearán. 
         -Ellos dirían que es inútil dar tanta atención a la horticultura, cuando hay tantas otras cosas que hacer.
         -No podrían encontrar una excusa mejor -dijo con una sonrisa.
         Comencé a sentir mucha curiosidad por saber donde estaban los hombres. Vi más de cien mujeres mientras caminaba por ahí, pero ni un solo hombre.
         -¿Dónde están los hombres? -le pregunté.
         -En el lugar que les corresponde, donde deben estar.
         -Por favor, explícame qué quieres decir con eso de "el lugar que les corresponde".
         -¡Ah! Ya veo mi error, no puedes conocer nuestras costumbres, porque nunca has estado aquí antes. Encerramos a nuestros hombres en las casas.
         -¿Igual que a nosotras nos mantienen en la zenana?
         -Precisamente.
         -¡Qué chistoso! -solté la carcajada. La Hermana Sara también se rió.
         -Pero querida Sultana, qué injusto es encerrar a las inofensivas mujeres y dejar sueltos a los hombres.
         -¿Por qué? No es seguro para nosotras salir de la zenana, porque somos naturalmente débiles.
         -Sí, no es seguro en tanto haya hombres en las calles, así como tampoco es seguro cuando un animal salvaje entrar en un mercado.
         -Por supuesto que no.
         -Supón que algunos locos escapan del manicomio y comienzan a hacer todo tipo de desmanes a hombres, caballos y otras criaturas; en ese caso, ¿qué harían tus paisanos?
         -Tratarían de capturarlos y de volver a encerrarlos en el manicomio.
         -¡Precisamente! ¿Y no crees que sea inteligente mantener a la gente cuerda en el manicomio y dejar sueltos a los locos?
         -¡Por supuesto que no! -respondí riendo un poco.
         -¡Pues resulta que eso es precisamente lo que hacen en tu país!
Los hombres que hacen o por lo menos son capaces de hacer todo tipo de desmanes, andan sueltos, ¡mientras que las inocentes mujeres están encerradas en la zenana! ¿Cómo puedes confiar en que esos hombres sin entrenamiento anden por la calle?
         -No tenemos ni voz ni voto en el manejo de cuestiones sociales. En la India, el hombres es amo y señor, ha tomado para sí todos los poderes y privilegios y ha encerrado a las mujeres en la zenana.
         -¿Y por qué permiten que las encierren?
         -Porque no podemos evitarlo; ellos son más fuertes que las mujeres.
         -Un león es más fuerte que un hombre, pero aún así no domina a la raza humana. No han cumplido con la obligación que tienen ante sí mismas y han perdido su derecho natural al cerrar los ojos a sus propios intereses.
         -Pero mi querida Hermana Sara, si hacemos todo por nosotras mismas, ¿entonces qué harán los hombres?
         -No deberían hacer nada, disculpa; no son buenos para nada. Solo atrápenlos y métanlos en la zenana.
         -Pero, ¿sería muy fácil atraparlos y meterlos entre cuatro paredes? -pregunté-. Y aun si lo hiciéramos, ¿todos sus asuntos, políticos y comerciales, también irían a dar a la zenana con ellos?
          La Hermana Sara no respondió. Solo me sonrió con dulzura. Tal vez pensaba que era inútil discutir con alguien que no era mejor que una rana en un pozo.
          Para entonces habíamos llegado a la casa de la Hermana Sara. Esta situada en un hermoso jardín con forma de corazón. Era una casa de un piso con techo de hierro corrugado. Era más fresca y agradable que cualquiera de nuestros ricos edificios. No puedo describir lo limpia y bien amueblada que estaba y el buen gusto con el que estaba decorada. 
Nos sentamos lado a lado. Trajo del salón un bordado y comenzó a realizar un nuevo diseño.
          -¿Sabes tejer y bordar?
          -Sí; no tenemos otra cosa que hacer en nuestra zenana.
          -Nosotros no les confiamos el bordado a los habitantes de nuestras zenanas -dijo riendo-, ¡porque los hombres no tienen suficiente paciencia ni para pasar un aguja de un lado a otro de la tela!
          -¿Has hecho todo este trabajo tú misma? -le pregunté mientras señalaba los distintos mantelitos bordados. 
          -Sí.
          -¿Cómo puedes tener tiempo para hacer tanto? ¿También tienes que hacer trabajo de oficina? ¿O no?
          -Sí. Pero no me quedo en el laboratorio todo el día. Termino mi trabajo en dos horas.
          -¡En dos horas! ¿Cómo es posible? En nuestro país los funcionarios, los magistrados, por ejemplo, trabajan siete horas al día.
          -He visto a algunos trabajando. ¿Crees que trabajan todas esas siete horas?
          -Pues claro que sí!
       -No, mi querida Sultana, no lo hacen. Pierden el tiempo fumando. Algunos fuman dos o tres puros baratos durante el tiempo que pasan en la oficina. Hablan mucho sobre su trabajo, pero hacen poco. Supón que un puro tarda media hora en consumirse y que un hombre fuma doce al día, ya lo ves, desperdicia seis horas cada día nada más fumando. 
          Hablamos de varios temas y me enteré de que en esa tierra no sufrían de ningún tipo de enfermedad epidémica, ni tampoco de picaduras de mosquitos, como nos ocurría a nosotros. Me sorprendió mucho escuchar que en la Tierra de las mujeres nadie moría joven, excepto en raros casos de accidente. 
          -¿Te gustaría ver nuestra cocina? -me preguntó.
          -Con mucho gusto -le dije, y fui a verla. Claro que a los hombres se les pidió que se marcharan cuando me dirigía para allá. La cocina estaba situada en un hermoso huerto de vegetales. Cada enredadera, cada planta de tomates era, en sí misma, un adorno. No vi que saliera humo ni tampoco ninguna chimenea en la cocina; era limpia y brillante; las ventanas estaban decoradas con jardines de flores. No había rastros de carbón o fuego. 
         -¿Y cómo cocinas? -pregunté.
        -Con energía solar -me respondió, al mismo tiempo que me mostraba un tubo por el que pasaban la luz y el calor concentrados del sol.
       Y ahí mismo me cocinó algo para mostrarme el proceso.
        -¿Y cómo logran reunir y almacenar el calor del sol? -le pregunté totalmente maravillada.
        -Déjame que te cuente un poco de nuestra historia, si quieres saberlo. Hace treinta años, cuando nuestra actual reina tenía apenas trece años, heredó el trono. Era reina solo de nombre, porque en realidad el Primer Ministro era el que gobernaba el país.
         A nuestra buena reina le gustaba mucho la ciencia. Hizo circular la orden de que todas las mujeres de su país debían recibir educación. Así que el gobierno fundó y apoyó muchas escuelas para niñas. La educación se generalizó entre las mujeres. También se puso fin  a los matrimonios de chicas muy jóvenes. A ninguna mujer se le permitía casarse antes de cumplir los veintiún años. Debo decirte que, antes de este cambio, se nos había mantenido en estricto purdah. 
         -¡Cómo cambiaron las cosas! -repuse riendo. 
         -Pero la separación seguía siendo la misma -continuó ella-. En unos cuantos años teníamos universidades distintas, donde no se admitían hombres.   
           En la capital, donde vive nuestra reina, hay dos universidades. Una de ellas inventó un globo maravilloso al que se sujetaron diversas tuberías. Y usando este globo cautivo que lograban mantener a flote por encima de las nubes, podían extraer tanta agua de la atmósfera como quisieran. Como las mujeres de la universidad extraían el agua de manera incesante, las nubes no llegaban a juntarse y la ingeniosa Señora Directora puso fin ese mismo momento a las lluvias y tormentas.
           -¿De verdad? ¡Ahora entiendo por qué no hay  lodo aquí! -comenté.
           Pero no podía entender cómo era posible acumular agua en los tubos. Ella me explicó cómo se hacía, pero dado que mis conocimientos científicos son muy limitados, no pude comprenderla. Sin embargo, ella continuó.
          -Cuando la otra universidad se enteró de aquello, se sintieron excesivamente celosas del logro y trataron de hacer algo aún más extraordinario. Inventaron un instrumento con el que podían reunir tanto calor del sol como lo deseara. Y podían almacenar el calor para distribuirlo entre todos conforme hiciera falta.
            Y mientras las mujeres realizaban investigaciones científicas, los hombres de este país estaban ocupados incrementando su poderío militar. 
            Cuando se enteraron de que las universidades femeninas podían extraer agua de la atmósfera y recolectar el calor del sol, solo se rieron de las científicas ¡y dijeron que todo el asunto era una "pesadilla sentimental"!
            -Sus logros son realmente maravillosos, pero dime, ¿cómo lograron poner a los hombres de su país en la zenana? ¿Les tendieron una trampa primero?
            -No.
          -No es muy probable que renunciaran por su propia voluntad a su vida libre y en el exterior, ¡para confinarse entre las cuatro paredes de la zenana! Deben haberlos dominado de alguna manera.
            -¡Sí, así fue precisamente!
            -¿Por quién? Algunas mujeres guerreras, supongo...
            -No, no fue con armas.
         -No, no puede ser. Las armas de los hombres son más fuertes que las de las mujeres. ¿Entonces?
          -Con el cerebro.
           -Aun sus cerebros son más grandes y pesados que los de las mujeres. ¿No es así?
           -Sí, pero, ¿eso que importa? Un elefante también tiene un cerebro más grande y más pesado que el de un hombre. Y sin embargo, los hombres encadenan a los elefantes y los utilizan según sus propios deseos.
           -Bien dicho, pero por favor, dime. ¿Cómo fue que ocurrió? ¡Me muero de curiosidad por saberlo!
            -Los cerebros de las mujeres son un poco más rápidos que los de los hombres. Hace diez años, cuando los oficiales del ejército dijeron que nuestros descubrimientos eran "una pesadilla sentimental", algunas jóvenes damas quisieron responder algo a aquellas palabras, pero las Señoras Directoras de las dos universidades las contuvieron y les dijeron que responderían, no con palabras sino con hechos, si alguna vez se presentaba la oportunidad. Y no tuvieron que esperarla mucho tiempo.
            -¡Qué maravilloso! -aplaudí con entusiasmo- Y ahora los orgullosos caballeros están soñando ellos mismos sueños sentimentales.
           -Poco después, algunas personas vinieron de un país vecino a refugiarse en el nuestro. Estaban en problemas porque habían cometido algún crimen político. El rey, al que le interesaba más el poder que el buen gobierno, le pidió a nuestra amable reina que se los entregara. Ella se negó, porque va en contra de sus principios entregar refugiados. Por haberlo hecho, el rey le declaró la guerra a nuestro país.
           Nuestros oficiales militares se pusieron en movimiento de inmediato y marcharon a enfrentar al enemigo. El enemigo, sin embargo, era demasiado fuerte para ellos. Nuestros soldados lucharon con valentía, no cabe duda, pero a pesar de todo su valor, el ejército enemigo avanzó a paso seguro, invadiendo nuestro país. Casi todos los hombres habían marchado a pelear; no dejaron en casa ni siquiera a los niños de dieciséis años. La mayor parte de nuestros guerreros murieron, mientras que el resto retrocedió y el enemigo llegó a cuarenta kilómetros de la capital.
        Se llevo a cabo una reunión de varias damas muy sabias, en el palacio de la reina, para aconsejarle lo que debía hacerse para salvar al país. Algunas propusieron luchar como los soldados; otras objetaron y dijeron que las mujeres no estaban capacitadas para pelear con espadas y pistolas, ni ninguna otra arma. Un tercer grupo observó que lamentablemente poseían un cuerpo lleno de debilidades.
           -Si no pueden salvar a su país por falta de fuerza física -dijo la reina-, traten de hacerlo usando la cabeza.
           Se hizo un tremendo silencio durante algunos minutos. Su Alteza Real dijo entonces:
           -Debo suicidarme si la patria y mi honor están perdidos.
           Entonces la Señora Directora de la segunda universidad (la que había inventado cómo recoger el calor del sol), que había estado pensando en silencio durante toda la consulta, dijo que estaban prácticamente perdidas y que les quedaba muy poca esperanza. Sin embargo, había un plan que a ella le gustaría intentar, y ese sería su primer y último esfuerzo. Si fallaba, no que cometer suicidio. Todas las presentes juraron solemnemente que jamás se permitirían ser esclavizadas, sin importar lo que ocurriera.
           La reina les dio las gracias con calidez y le pidió a la Señora Directora Principal que pusiera en práctica su plan. La Señora Directora se levantó y dijo:
         -Antes de que salgamos, los hombres deben entrar en las zenanas. Hago este ruego en aras del purdah.
          -Sí, sí, por supuesto -respondió su Alteza Real.
Al día siguiente, la reina llamó a todos los hombres y les dijo que se retiraran a las zenanas, para preservar el honor y la libertad. Heridos y cansados, ¡consideraron aquella orden como una bendición! Hicieron una reverencia y entraron a las zenanas sin emitir una sola palabra de protesta. Estaban seguros de que no quedaba esperanza alguna para este país.      
         Entonces la Señora Directora, con sus dos mil estudiantes, marchó al campo de batalla y al llegar ahí dirigieron todos los rayos de luz y calor del sol concentrados, hacía el enemigo.
            El calor y la luz eran demasiado intensos para soportarlos. El enemigo corrió, azotado por el pánico, sin saber, en su confusión, como contrarrestar el ardiente calor. Cuando escaparon dejando atrás las armas y otros bártulos de guerra, también los quemaron con el mismo calor del sol. Desde entonces nadie ha tratado de invadir otra vez nuestro país.
            -¿Y desde entonces sus hombres no han tratado de salir de la zenana?
         -Sí querían ser libres. Algunos de los comisarios de policía y de los magistrados de distrito mandaron decir a la reina que de seguro los oficiales del ejército merecían estar encerrados por su fracaso, pero que ellos jamás abandonaron su deber y que, por lo tanto, no debían ser castigados; y le rogaron que los volviera a colocar en sus respectivos oficios.
         Su Alteza Real les envió una circular en la que les daba a entender que si alguna vez se requerirían sus servicios, enviaría por ellos, y que, mientras tanto, deberían permanecer donde estaban. Ahora que ya se han acostumbrado al sistema de purdah y han dejado de quejarse de estar recluidos, llamamos al sistema "Mardana", en lugar de "Zenana".
             -Pero, ¿cómo se las arreglan -le pregunté a la Hermana Sara- para no necesitar a la policía ni a los magistrados en casos de robo o asesinato?
             -Desde que se estableció el sistema de "Mardana", no hemos tenido más crímenes ni pecados; por lo tanto no necesitamos policías para encontrar a un culpable, ni requerimos magistrados para juzgar casos criminales.       
          -Es realmente magnífico. Supongo que si hubiera alguna persona deshonesta, podrían castigarla con gran facilidad. Si fueron capaces de lograr una victoria decisiva sin derramar una sola gota de sangra, ¡También podrían deshacerse del crimen y de los criminales sin demasiado esfuerzo!
          -Ahora, mi querida Sultana, ¿quieres sentarte aquí o venir a mi salón? -me preguntó.
         -¡Tu cocina no le pide nada a la sala de una reina! -respondí yo con una agradable sonrisa-, pero debemos dejarla ya, porque los caballeros pueden estar maldiciéndome por tenerlo alejarlos de sus deberes culinarios tanto tiempo.
         Las dos nos reímos con ganas.
         -Cómo se sorprenderán y se divertirán mis amigas en casa cuando vuelva y les cuente acerca de la lejana Tierra de las mujeres, donde las damas gobiernan el país y controlan todos los asuntos sociales, mientras que los caballeros están guardados en las Mardanas, cuidando a los bebés, cocinando y haciendo todo tipo de trabajos domésticos; ¡y que cocinar es tan sencillo que es simplemente un placer!
          -Sí, cuéntales todo lo que has visto aquí.
          -Por favor, dime cómo cultivan la tierra y como aran y realizan otras duras tareas manuales.
         -Trabajamos nuestros campos usando la electricidad, que además proporciona energía para otros trabajos pesados, y también la usamos para nuestros transportes aéreos. Aquí no tenemos ferrocarriles ni caminos pavimentados. 
          -Por lo tanto, no tienen accidentes de ferrocarril ni de tránsito -observé-. ¿Ni siquiera sufren de sequías? -pregunté.
           -Nunca desde que tenemos el "globo de agua". Puedes ver el enorme globo y las tuberías que tiene. A través de ellas podemos obtener tanta agua de lluvia como necesitemos. Tampoco nos aquejan inundaciones ni tormentas eléctricas. Todas estamos muy ocupadas haciendo que la naturaleza produzca lo más posible. No tenemos tiempo para pelear entre nosotras, porque nunca estamos ociosas. A nuestra noble reina le gusta muchísimo la botánica; es su ambición convertir todo el país en un enorme jardín.
            -Es una idea excelente. ¿Cuál es su alimento principal?
            -Frutas.
            -¿Cómo mantienen fresco su país cuando hace calor?
Nosotros consideramos la lluvia en el verano como una bendición del cielo.
            -Cuando el calor se vuelve intolerable, regamos el terreno con gran cantidad de rociadores, tomados de fuentes artificiales. Y en el clima frío mantenemos nuestras habitaciones tibias con el calor del sol.
          Me mostró su baño, cuyo techo podía retirarse. Podía disfrutar de una ducha con agua de lluvia cuando así lo deseara, sencillamente quitando el techo, que era como la tapa de una caja, y abriendo la llave del tubo de la lluvia.
            -¡Qué pueblo tan afortunado! -dije-. No tienen nada que desear. ¿Qué religión tienen, si puedo preguntar?
            -Nuestra religión se basa en el Amor y la Verdad. Es nuestro deber religioso amarnos unos a otros y ser absolutamente sinceros. Si una persona miente, ella o él es...
            -¿Castigado con la pena de muerte?
            -No, no con la muerte. No nos da ningún placer matar a una criatura de Dios, en especial a un ser humano. Al mentiroso se le pide que deje esta tierra para siempre y que nunca vuelva.
            -¿Acaso no perdonan nunca al que miente?
            -Sí, si esa persona se arrepiente con sinceridad.
            -¿No tienen permitido ver a ningún hombre, excepto a sus propios parientes?
            -A nadie, excepto a las relaciones sagradas.
          -Nuestro círculo de relaciones sagradas es muy limitado; ni siquiera los primos pertenecen a él.
            -El nuestro es muy grande; un primo distante es tan sagrado como un hermano.
           -Eso está muy bien. Veo que la pureza misma reina sobre tu país. Me gustaría ver a la buena reina, que es tan sabia y previsora y que ha creado todas estas reglas.
             -Está bien -dijo la Hermana Sara.
            Entonces atornilló un par de asientos en un tablón cuadrado. A este tablón le colocó dos bolas lisas y bien pulidas. Cuando le pregunté para qué eran, me dijo que eran bolas de hidrógeno y que se usaban para compensar la fuerza de gravedad. Aquellas bolas eran de diferentes capacidades y se usaban según los diferentes pesos que se trata de compensar. Entonces le colocó al auto volador dos hojas que parecían alas, que dijo funcionaban con electricidad. Después de que nos sentamos cómodamente, tocó una perilla y las hojas comenzaron a girar, moviéndose cada vez más de prisa. En un principio nos elevamos a unos dos metros de altura y luego salimos volando. Y antes de que pudiera darme cuenta de que nos habíamos puesto en movimiento, llegamos al jardín de la reina.
             Mi amiga bajó el auto volador a la reina, que caminaba en la máquina y, cuando el auto tocó el suelo, la máquina se detuvo y descendimos.
             Yo había visto desde el auto volador a la reina, que caminaba por un sendero del jardín con su pequeña hija, que tenía cuatro años, y sus damas de honor.
             -¡Hola! ¡Estás aquí! -exclamó la reina dirigiéndose a la Hermana Sara. Ella me presentó con su Alteza Real y fui recibida con cordialidad y sin ninguna ceremonia. Yo estaba encanta de conocerla. En el transcurso de la conversación que tuve con ella, la reina me dijo que no tenía objeción en permitir que sus súbditos comerciarán con otros países.
          -Pero -continuó ella-, no es posible tener comercio con países en los que las mujeres se mantienen en las zenanas y no pueden venir y comerciar con nosotras. Consideramos que los hombres tienen una moral muy pobre y no nos gusta tratar con ellos. No codiciamos la tierra de otros, no peleamos por diamantes, ni siquiera si fueran mil veces más brillantes que el Koh-i-Noor, ni le negamos a un gobernante su Trono de Pavorreales.
             Nos sumergimos en el océano del conocimiento y tratamos de encontrar las preciosas gemas, que la naturaleza guarda para nosotras. Disfrutamos de los dones de la naturaleza tanto como podemos.
             Después de dejar a la reina, visité las famosas universidades, en donde me mostraron algunas de sus manufacturas, laboratorios y observatorios. Después de visitar estos lugares de interés, volvimos a subirnos al auto volador, pero en cuanto comenzó a moverse, yo, de alguna manera, resbalé y la caída me despertó de mi sueño. Y al abrir los ojos me encontré en mi propia habitación, ¡todavía sentada en el sillón!



FIN
   












No hay comentarios.:

Publicar un comentario